A veces pienso en no pensar, en no existir, en no ser nada. Entonces duermo. Si no, es cuando más me pesa la cabeza, y lo acompaña el peso en los huesos del remordimiento de que pude haber estado haciendo alguno de mis deberes, en vez de intentar desaparecer.
Pienso, y luego espero no existir.
No morir, si no jamás haber sido ¿Haber sido quién? No el frío esqueleto atrapado en la mujer eunuco ¿Parte de qué? Quizás parte de un universo que no me dio la oportunidad de sólo flotar, deslizarme en la nada, respirar hondo, desvanecerme eternamente.
Luego vuelvo al punto de fuga, pienso porque existo, irremediablemente, pensar que "soy" es lo suficiente como para condenarme a estar. Pisar esta tierra, acostarme en el lodo, sentirme humana, lograr rozar mi piel, cubrir con mis dedos los poros y topar con el ardor de un rasguño, con la molestia de un moretón, sentirme persona.
Existo. Aunque me niegue, termina por ser una ventaja, pues me logro interesar por la sensación del no ser, y también puedo dormir, darle pausa a mi existencia e intercambiarla por un análogo de realidades inverosímiles, líneas blancas cruzadas, tan posibles como la casualidad de despertar.
Vuelvo a la tierra, existiendo entre las sábanas, siendo sobre la almohada, bostezo mi cognición. Todo está borroso, las lagañas son obstáculos que vencer al escurrir los párpados sobre la cornea. Respiro hondo, estoy aquí, soy, pienso. Vivo.